lunes, mayo 22, 2006

El Código Da Lata

Recuerdo cuando vi Titanic. Estaba estudiando para mi examen de grado y la comenzaron a dar en el cable. Si, no la vi fui a ver al cine, como todo el mundo yo sabía que este famoso barco se hundía, por lo tanto no me pareció interesante en su momento. Gran error, que gran película me perdí, más allá de algunas "mamonerías" era muy entretenida y de gran factura. Por esta razón deje de tener prejuicios contra películas cuya historia me era conocida, igualmente te podían sorprender...hasta ayer.

Sinceramente, me aburrí viendo El Código Da Vinci. El libro lo leí en 4 días, y podrían haber sido menos. Con un ritmo a veces vertiginoso era casi imposible resistirse a terminarlo lo antes posible para saber cual era el famoso misterio. Lamentablemente la película no esta ni cerca de eso. A pesar de tener una gran historia entre manos, su director (Ron Howard) no fue capaz de sacarle partido. Bueno, tampoco lo hicieron sus protagonistas, ni Tom Hanks ni Audrey Tautou dieron "el ancho". La tensión sexual del libro se transforma en una relación padre-hija que no entusiasma a nadie. Por lo mismo es que destacan tanto los roles secundarios. Paul Bettany (Firewall, Wimbledon y Dogville) como Silas e Ian McKellen (Magneto en X Men y Gandalf en El Señor de los Anillos) llevan el peso dramático de esta cinta.

Punto aparte merece la polémica surgida con el Opus Dei. Fue el mejor favor que le hicieron a la cinta, una campaña de marketing que, si bien no fue programada, será la responsable de gran parte de las ganancias obtenidas. No es necesario leer el libro o ver esta película para saber que este movimiento religioso es uno de los más conservadores de la Iglesia Católica. Y que sus postulados miran más hacia el pasado del cristianismo (¿la edad media?) que al futuro de la Iglesia. Una característica del ser humano es que cuando le quieren censurar (o prohibir) algo, más ganas tiene de verlo (o hacerlo). Y esto es exactamente lo que pasó.

sábado, mayo 13, 2006

1001

Este libro (que no ha llegado a Chile todavía pero afortunadamente yo ya lo tengo) es un imperdible para todos aquellos que disfrutamos (y a veces nos obsesionamos) con la música. 90 críticos de diversos países se juntaron y armaron una lista de todos los discos que marcaron una época. En total, 1001 discos que van desde la década del '50 con In the Wee Small Hours de Frank Sinatra, hasta el 2005 con Get Behind Me Satan de los White Stripes. Pasando por Bowie, Led Zeppelin, Elvis, Run DMC etc.etc.etc. Cada álbum viene con su carátula original, algunos con los tracks originales y, lo más interesante, cuenta aquellos detalles "sabrosos" que nos ayudan a entender el proceso creativo de estas maravillas musicales.

El prefacio de este libro fue escrito por Michael Lydon, cofundador de la revista Rolling Stone. En él, Lydon hace una de las mejores descripciones (a mi juicio) de las razones por las cuales la música nos vuelve locos. Nos dice que "al escuchar por primera vez un álbum, este se despliega como lo hace un libro o una película, cada tema nos adentra en un territorio desconocido, pasando por caóticos clímax a tranquilas lagunas. A lo largo de semanas o meses exploramos el álbum, captando nuevos destellos de belleza en cada ocasión. De hecho, esa podría ser la mayor diferencia entre cómo experimentamos los álbumes y las películas o los libros: por mucho que nos guste un libro o una película, difícilmente lo leeremos o la veremos más de 3 o 4 veces. Los álbumes en cambio, se quedan con nosotros durante meses, a menudo durante años...Absorbemos sus hooks y sus licks casi por osmosis, hasta que nos descubrimos cantando o tocando una guitarra invisible mientras escuchamos la música, incluso cuando sólo la oímos en nuestra cabeza."

¿A ustedes no les pasa lo mismo?

miércoles, mayo 03, 2006

Sigamos recordando

Perdonen, pero no puedo evitar seguir recuperando los recuerdos que marcaron mi infancia, o parte de ella. Para esto no puede faltar esta miniserie japonesa que daban en el canal 5 (UCV). La Princesa Sofía debe haber sido mi "primer amor". Aún recuerdo que con mi hermano juntabamos las sillas del comedor y nos armábamos sendas naves espaciales, sólo para parecernos a Ryu y Ayato, los héroes de Sankuokai.